Llega septiembre y los días se alargan, el aire cambia, se hace más respirable (o, por lo menos, dan más ganas de respirarlo). La luz cambia, la disminución nubosa y de la humedad hacen que ésta sea más clara, nítida, nuestro cerebro reconoce mejor los colores del paisaje. Los verdes son más verdes, los celestes más celestes y el sol brilla en 4k.
Ésta es la fórmula necesaria para que en nuestro cerebro, o alma si lo prefieren, reverbere lo que los hippies de los 60´s calificaron como “Buena Onda” o “Buenas Vibras”, según la traducción que más nos guste. Este fenómeno impacta de lleno sobre nuestras conductas humanas y nos reconecta con el entorno, más específicamente con la naturaleza y con la interacción con nuestros afectos del segundo círculo íntimo, el que está fuera de casa.
De esto nos damos cuenta en el Estudio de Paisajismo donde trabajo y en el mostrador del vivero de mi familia: en esta época explotan las consultas de jardinería. Se acercan muchísimos interesados en obtener información y consejos de cómo recomponer el jardín, sus plantas y el césped luego de la dura estación invernal marplatense. El “hambre” de aire puro se parece al de los osos al despertar de la hibernación. Se hace larga la estación fría en la ciudad, un poco por el clima y otro por poco por lo difícil que se hace socializar en esta época donde todo se reduce a estar bajo techo casi todo el tiempo posible.
Y a este tema quería volver: ¿qué tiene que ver el jardín con socializar? TODO. Como dije antes, los mejores momentos ocurren bajo el cielo porque nuestra interacción con el otro no se ve sometida a distracciones como la tv y tenemos menos tendencia a tomar dispositivos como los teléfonos y tablets. Y el aire libre nos condiciona de forma favorable para la socializar, de hecho, los países con clima más tropicales tienen los caracteres más cálidos también en la conducta de sus habitantes.
El problema es que para que ello suceda el Espacio debe reunir ciertas características. En primer lugar: el equipamiento. Es fundamental dotar de mobiliario adecuado para el desarrollo de diferentes programas: relax, esparcimiento, descansar, comer. El equipamiento propone diferentes programas y cuando mayor riqueza de propuesta más excusas para usar el lugar. Y, en segundo lugar y no menos importante: contemplación. La armonía, escala y proporción del diseño de los espacios deben ser estéticas y agradables. Los sitios feos no invitan a ser usados ni visitados. Y, la verdad, qué mejor que si tenemos el espacio es usarlo y, sobre todo, compartirlo con afectos. Para ello se puede amenizarlo con fogoneros o pantallas proyectantes de calor eléctricas o a gas que harán más agradable los buenos momentos compartidos y alargarán esos ratos placenteros. En los jardines pequeños se pueden plantear pequeñas piscinas o Tiny Pools bien proporcionados para pasar momentos refrescantes sin quitarles demasiado espacio y resultando verdaderos puntos focales para la contemplación.
Y, por supuesto, para el éxito de un jardín tampoco podemos perder de vista la parte agronómica, lo que le va a dar sustentabilidad en el tiempo. Elegir especies adaptables al tipo de suelo, de clima, de exposición solar (o de sombra) y, especialmente: su potencial crecimiento y factibilidad de formación mediante la poda formativa. Porque no hay nada más triste que tener que sacar una planta que hemos cuidado con amor tantos años porque pone en peligro alguna cuestión de la propiedad, desde lo edilicio o desde lo espacial (que nos pueda quitar el espacio necesario para determinado uso o necesidad). También un consejo muy valioso es: no coleccionar plantas hermosas. Cuando plantamos en el jardín estamos componiendo un paisaje, lo cual a veces es más importante incorporar plantas de belleza neutra a llenar de las más bellas y que nada tenga coherencia. Hay plantas que, desde lo compositivo, no admiten competencia. Deben brillar con luz propia y la cercanía de otra protagonista atenta contra su propia beldad. Casi siempre “más es menos”. Y no lo digo yo, lo dice ni más ni menos que don Ludwig Mies van der Rohe.
Septiembre es un mes para arremangarse y levantar el jardín para la temporada, es un programa encantador para hacerlo en familia, ya que el aprendizaje y la experiencia familiar que deja es increíble y nos llena mucho más que el tiempo que podemos perder amargándonos con las noticias, jugando con la play o mirando la vida por las redes sociales. Hacer jardinería es un viaje de ida, se los deseo desde lo más profundo de mi corazón.