El mar es parte de su ADN. Fernando Aguerre encontró en el surf una forma de vida y conexión con la naturaleza. Desde Chapadmalal, su lugar de residencia, nos comparte un nuevo proyecto donde el respeto por el medio ambiente y la vida son protagonistas.
—Olas Chapadmalal es un proyecto único que fusiona la cercanía con el océano con un estilo de vida en armonía con la naturaleza. Concebido como una comunidad oceánica, este espacio busca conectar a las personas con el entorno natural, ofreciendo un ambiente donde el respeto por el medio ambiente y la vida activa son protagonistas.
Fernando Aguerre, surfista y empresario marplatense, junto con su hermano Santiago, creador de marcas icónicas como Reef y Ala Moana, es una de las mentes detrás de esta inspiradora iniciativa. Su pasión por el mar, que lo llevó a presidir la International Surfing Association (ISA) y a impulsar al surf como deporte olímpico, subyacen tras este proyecto que celebra la esencia del océano y fomenta valores como la comunidad y el amor por la naturaleza. En esta íntima nota nos cuenta cómo fue el camino recorrido, desde su infancia hasta la actualidad.
Camino al mar…
—¿Cómo llega el mar a tu vida?
En realidad, el mar es lo más cercano porque nací en Mar del Plata. Vivíamos a diez cuadras de la costa, en Garay y Mendoza, lo que hoy es la zona de Güemes. En ese momento, toda esa zona era residencial, incluyendo la calle Güemes. Íbamos a varias playas: San Sebastián, La Perla, Punta Iglesia, y después al Torreón.
En el Torreón, un día de febrero del ‘71, descubrimos algo diferente: andar en tablas parados. Hasta entonces, usábamos tablas acostados, los famosos barrenadores, primero de terciado y después de tergopol. Ese verano, vendimos una bicicleta que teníamos en casa y compramos nuestra primera tabla compartida. Fue un cambio para el resto de nuestras vidas.
—¿Cuántos años tenías cuando llegó el surf?
Yo tenía 13 recién cumplidos y estaba por empezar el secundario y Santiago 11. Mi familia alquilaba sombrilla en Punta Iglesia. Un día Santiago fue hasta el Torreón a buscar cangrejos y volvió emocionado porque había visto a gente surfeando de pie. Nosotros sabíamos que existía el surf por revistas, pero nunca lo habíamos visto en vivo.
Fuimos al Torreón a ver. Era un día con olas y había entre 15 y 20 surfistas, aunque no todos estaban en el agua. En ese entonces, habría unos 100 o 200 surfistas en toda Argentina. Un compañero del colegio, tenía un hermano mayor que nos prestó su tabla. Era un longboard enorme, de 9 pies, pero fue suficiente para sentir la magia.
—¿Cómo fue esa primera experiencia en el agua con la tabla?
Vendimos una de nuestras bicicletas y la compramos. Nos turnábamos para usarla. Pasábamos horas en el agua. Mi mamá nos llevaba sándwiches y chocolate a la playa. Ese verano aprendimos a arreglar tablas porque la nuestra se rompía seguido por el fondo de rocas y no existían las pitas. Compramos resina y lijas en la Química Industrial. Para el siguiente verano, habíamos arreglado tantas tablas que logramos comprarnos una tabla para cada uno.
—¿Surfeaban también en invierno?
No. En esa época no había trajes de neoprene adecuados. Usábamos chaquetas gruesas para esquí o buceo, pero eran incómodas y te congelabas. Llegábamos a mayo, pero recién volvíamos a entrar al agua en septiembre. Algunos pocos tenían trajes enteros, pero estaban fuera de nuestro alcance”.
—Tus padres, ¿cómo acompañaban esta pasión?
Siempre nos apoyaron. Al principio, alquilamos sombrilla en Punta Iglesia porque era fácil llegar en colectivo desde casa. Cuando empezamos a surfear, pasamos a alquilar una carpa en el Torreón, donde estaban las olas, donde se armaba tipo tertulia surfera, con varios amigos que también habían empezado a surfear. A veces terminábamos el día con una surfeada en la Popular, y mi mamá nos buscaba en auto cuando mi papá volvía del trabajo, ya casi de noche.
Los dos ejercían la profesión de abogado. Mi mamá se recibió de casada, en 1973.
Por mi lado, yo no sabía qué estudiar. Hice un test vocacional y la psicóloga me recomendó estudiar carreras humanísticas. Di el ingreso a Derecho, y me recibí de abogado en el 84. Fueron años intensos, pero muy enriquecedores a todo nivel.
Soñaba con ser diplomático, pensaba que con buena diplomacia habría menos guerras. Siempre fui muy pacífico y en contra de la violencia. Pero después me enteré de que la carrera de diplomacia implicaba primero recibirme de abogado, luego estudiar diplomacia y, finalmente, esperar una designación. Así que, al final, estudié Derecho pensando que podía ser un camino laboral.
—¿Cómo fue esa experiencia estudiando Derecho?
Para cuando estaba en tercer año, ya sabía que no sería diplomático, pero seguí adelante. Estudiar Derecho me dio mucha consistencia y me obligó a disciplinarme. Había exámenes todos los diciembre y marzo, y eso requería planeamiento. Como adolescente, yo era bastante tímido e inseguro, no hablaba con facilidad. Pero mejoré gracias a la experiencia que tuve en el Centro de Estudiantes del Nacional Mariano Moreno, donde participé en las elecciones del ’74.
En abogacía en esa época, todos los exámenes eran orales, no había exámenes escritos ni promocionales ni parciales. Al final, tenías que sentarte frente a jueces o abogados experimentados y defender tus ideas. Aprendí mucho de eso, porque ellos te evaluaban rigurosamente.
El sueño americano
—¿Por qué y cuándo te fuiste a California?
En 1980 fui a visitar California por dos meses, el centro del mundo del surf. Me encantó. Mi hermano se mudó a San Diego en 1981, tras un largo viaje de surf por Perú y Tahití. El no quería más inviernos fríos ni estudiar en la universidad. En el 82 lo fui a visitar un mes. En 1983 me escribió diciéndome: “Venite, porque si empezás a trabajar de abogado en Argentina, nunca más vamos a estar juntos”. Esa carta aún la tengo en mi mesa de luz.
Di mi último examen en junio del ’84, Derecho Internacional Público, y 20 días después ya estaba en Estados Unidos.
Mi hermano vivía en una casa con dos habitaciones. Una la alquilaba a terceros, pero cuando llegué, la vació para que yo tuviera mi espacio. Al llegar había una colchoneta de 10 cm en el piso, un placard sin perchas y nada más. Ese fue mi inicio. Me llevé un bolsito con poca ropa; la mayoría de mis cosas las regalé o las vendí. Los libros y discos los dejé en casa de mamá.
Al llegar le pregunté a Santi qué tenía para mí, y me dijo que no había ningún plan, pero que algo encontraríamos. El era co propietario de un hermoso surfshop en Pacific Beach, The Surf Club, y ya tenía tres años en California.
—¿Y cómo empieza Reef?
Pasé unos meses organizando viajes a una isla con excelentes olas en Baja California. Era un trabajo aventura…
Reef tuvo un comienzo desde abajo del todo… Los dos teníamos y tenemos pies planos, así que el calzado abierto no era ideal para nosotros. De chicos en verano usábamos mocasines o zapa- tillas para ir a la playa. Había alpargatas en Argentina, pero eran incómodas y se destruían con la lluvia. Para nosotros, con pies planos, eran terribles.
Llegar a un país diferente es muy difícil, y ni hablar sin internet, sin celulares, sin whatsapp. Yo extrañaba mucho. Ahí empecé a buscar oportunidades para poder ir de visita a Argentina.
A fines del 84, viajamos a Brasil con la idea de encontrar alguna opción comercial, exportando alguna marca de surf a USA. En Río había fábricas de tablas, de ropa de surf. Sin embargo, en Río no logramos conectarnos con alguna marca interesada en exportar a California. Nos fuimos a São Paulo por un día, donde visitamos fábricas de ojotas, incluyendo la de Katina, que ya habíamos importado para Ala Moana en el pasado. Allí fabricaban ojotas básicas, pero vendían un millón de pares al mes. Diseñamos nuestras propias ojotas con soporte para pies planos, y nos volvimos a Estados Unidos con las muestras de ojotas que nosotros podríamos usar, y con la esperanza de armar una marca nueva.
En Estados Unidos, queríamos distribuir ojotas, pero obviamente necesitábamos crear una marca. Una madrugada, recién despertado, al escuchar las olas golpear el arrecife (Reef en inglés) pensé, “the waves are hitting the reef hard”, qué buena marca podría ser Reef. Registramos Reef como marca y empezamos con una producción pequeña. El primer año fue un desastre: vendimos solo 3.000 pares. Pero al segundo año ya alcanzamos los 15.000, y al tercero, gracias a la publicidad en revistas de surf que empezamos a hacer, vendimos como 100.000 pares.
Decidimos invertir nuestros ahorros en publicidad. Una de nuestras campañas mostraba una isla tropical con arrecifes y el logo de Reef. Fue un éxito. Pasamos de anunciar en una revista a dos revistas, de una página simple a doble página, y así las ventas aumentaron mucho.
Solo nos faltaba tener un super surfer sponsorizado por Reef. Así que fichamos al campeón mundial de surf, el hawaiano Derek Ho. Tener a un campeón usando nuestras ojotas puso a Reef en el mapa mundial, no solo en USA. Luego ampliamos el equipo con más surfistas profesionales. Como ninguna otra marca de surf fabricaba ojotas, no teníamos competencia directa para fichar a los mejores del mundo.
—¿Qué era especial sobre Reef?
Me parece que eran muchas cosas. Introdujimos la goma Eva para ojotas, un material innovador que habían comenzado a usar marcas como Nike y Adidas en su calzado atlético. La EVA es más ligera y cómoda que otros materiales. Además, nuestras raíces latinas marcaron la diferencia. Todo lo que hacíamos tenía nuestra cultura.
Además, mientras las marcas de surf estadounidenses estaban enfocadas solo en su mercado local, nosotros pensamos globalmente, pues al no ser fácil entrar en el mercado de USA, bus- camos mercados fuera de USA. Finalmente, todo lo hacíamos sin perder nuestras raíces latinas.
—¿Después de una larga ola decidieron vender Reef?
La empresa y la marca andaban bien, pero el éxito de Reef, y la intensa vida laboral, empezaron a interferir con nuestra relación como hermanos. Nos sentamos una tarde, después de pasar un día juntos en la nieve, y decidimos que no queríamos que el éxito erosionara nuestra relación de hermanos y mejores amigos.
Fue una decisión tomada en consenso con mi hermano para preservar nuestra amistad. No era un objetivo comercial, era personal. El crecimiento de la empresa, la gran cantidad de empleados, ventas, conflictos entre departamentos…todo eso nos generaba tensiones. La solución era vender. Estábamos de acuerdo en vender, y así lo hicimos.
Profesionalizando a la I.S.A.
(Asociación Internacional de Surf)
—Pero tras vender la empresa siguieron vinculados al surf. ¿Cómo surgió esa vocación?
El centro de gravedad en nuestras vidas ha sido y aún es el mar, así que la venta de Reef, nos dio más tiempo para el mar, y bajar un par de cambios en nuestras vidas.
Por mi parte, en 1992 había conseguido que la Asociación de Surf Argentina fuera reconocida por la Asociación Internacional de Surf (ISA). Fui miembro del primer equipo argentino de surf a un mundial ISA, donde competí como longboarder. Aunque no era un super atleta, hice mi aporte. Una vez eliminado, durante ese mundial, convoqué a una reunión de las federaciones de las Amé- ricas para acercarnos en el continente, y fundamos la Asociación Panamericana de Surf (PASA), y fui electo presidente.
En el siguiente mundial ISA, en Río, en 1994, alguien me sugirió postularme como presidente de la ISA. Al principio dudé, pero terminé aceptando. Y apenas 18 meses después de haber sido atleta en el mundial anterior, fui electo presidente de la ISA. La ISA en ese momento era pequeña, tenía 30 países miembros (hoy 120), y todo era bastante informal. Me enfoqué en profesionalizarla, armar un pequeño equipo, y darle una estructura sustentable. Me parecía que era lo mínimo que podía hacer con tantas alegrías que el surf nos había dado en nuestras vidas.
—¿Cómo te afectó la venta de tu empresa a nivel personal?
Fue difícil. En 2005 vendimos Reef después de 20 años y medio. Era el centro de nuestra vida. Pero los nuevos dueños nos dieron 30 días para vaciar nuestras oficinas. Pasé de tener mi vida centrada en la empresa a cero de eso. Aunque económicamente estábamos bien, me sentí deprimido. Invertimos en algunas cosas y organizamos nuestra vida, pero el vacío era enorme.
La ola olímpica
—Decidiste entonces enfocarte en la ISA y en la inclusión del surf en los Juegos Olímpicos. ¿Cómo fue ese proceso?
Exacto. Desde 1994 había trabajado para profesionalizar la ISA, organizando mundiales junior, open, y otros eventos. En 2005 me enfoqué con más energía, en lograr que el surf fuera un deporte olímpico, algo que en ese momento parecía realmente utópico. Pero sentí, que era hora de intentarlo con mayor energía. Finalmente, después de 24 años de trabajo, en 2016 el Comité Olímpico Internacional (COI) aprobó la inclusión del surf, y en los Juegos de Tokio 2020 tuvimos nuestra primera competencia olímpica, que por la pandemia se realizó en el año 2021.
En las fechas originales de los Juegos en el 2020 no hubo casi olas. Hubiera sido un desastre. Pero en julio de 2021, cuando finalmente se hicieron los Juegos, un tifón inesperado generó olas increíbles justo durante la competencia. Fue un milagro. Mientras otros deportes estaban preocupados por la tormenta, nosotros estábamos felices con las condiciones. Y todo salió hermoso.
—¿Cómo surge entonces la posibilidad de que la competencia de surf olímpico de los Juegos de París 2024, se realizaran en Tahití?
En 2018, estando con el organizador de los Juegos Olímpicos de París 2024, que de casualidad era surfista —tres veces medalla olímpica de oro en kayak, pero surfista de corazón—, se dio la conversación, durante los Juegos Olímpicos de
la Juventud. El me dijo: “¿Y si nos vamos a Tahití con el surf olímpico? Era una idea que ya habíamos hablado desde el año anterior, pero ahora podría ser la opción real”.
Le respondo: “Vos sabes que Tahití tiene la mejor ola del mundo en julio, en esa época del año. Sería increíble”.
Iniciamos gestiones para convencer al COI, pero la respuesta inicial no fue “SI”, argumentando que solo una vez en la historia se había permitido que un deporte se realizara fuera del continente sede. Sin embargo, tras una conversación con el organizador de los Juegos, este sugirió que hablara directamente Macron con el COI. Finalmente, Macron intervino y dialogó con el COI, logrando que, una semana después, cambiaran de opinión y aprobaran que el evento se realizara en Tahití.
Esa decisión fue increíble.
El tercer día del evento, fue uno de los mejores días de olas en Teahupo’o en diez años. Tuvimos la suerte de que un fotógrafo capturó una imagen de Gabriel Medina, el surfista con 15 millones de seguidores, volando y apuntando con un dedo al aire. Esa foto se convirtió en la imagen de los Juegos Olímpicos.
—¿Y hoy el surf sigue en los Juegos?
Sí. Deporte permanente. El surf no era un deporte tradicional, estaba incluido por única vez en Tokio, pero París ya nos había pedido, pero también por única vez. Después del éxito en Tokio. Luego Los Ángeles también nos solicitó para los Juegos del 2028. Y el COI decidió que como sería la tercera vez con el surf incluido, nuestro deporte se convertiría en un deporte permanente, y en enero de 2022, el surf, junto con el skate y la escalada deportiva, fue votado como deporte permanente en el Programa Olímpico.
Cerca de la Naturaleza
—Cambiando de tema, me parece que el surf te trajo a Chapadmalal
Por un lado, el surf nos trajo de chicos a Chapadmalal (ver foto con mamá en 1981 y Santi en la playa del Hotel 5 de Chapa) y nos siguió trayendo. Por otro lado después, cuando yo ya vivía en California, siempre extrañaba a Argentina. Cuando veníamos a Mar del Plata, siempre veníamos a surfear a Chapadmalal, donde están algunas de las olas más potentes.
Un día, mientras estábamos de visita con mi hermano, él pasó por la esquina de un bosque sobre la ruta 11 que nos encantaba, y me avisó que estaban poniendo un cartel de venta en ese bosque que siempre mirábamos al pasar por la ruta 11. Fuimos a surfear, y esa misma tarde fuimos a la inmobiliaria, y dejamos una seña, y días después firmamos el boleto. Un tiempo más tarde éramos los propietarios. No teníamos un plan, pero sabíamos que era un lugar irrepetible. Al lado del mar, con un bosque increíble y en la zona de las mejores olas.
—Pasaron 25 años desde ese verano. ¿Por qué empezó Olas? Cuál es el concepto principal de “Olas Chapadmalal” Comunidad Oceánica?
Siempre pensamos que algún día haríamos algo. Pero ambos viviendo en California, los años pasaban y nada. Durante la cuarentena, yo ya viviendo acá, muchas personas me preguntaban si les vendíamos un lote.
La gente se había cansado de la vida urbana tradicional. La pandemia nos cambió de muchas maneras, y la apreciación de vivir en la naturaleza, fue uno de esos cambios. Ese fue el embrión de Olas, la chispa que arrancó a Olas…
Acá hay una comunión de proyectos, con un ADN especial, todo conectado para una manera de vivir diferente. No estamos simplemente invitando a comprarte un lote. Te estamos invitando a una manera de vivir, a un estilo de vida. Obvio que está bueno construirte la casa en el lote que querés, a tu gusto, adonde sea. Pero Olas es mucho más que eso. Es un lugar cuyo ADN es vivir en la naturaleza, al lado del mar, con árboles de casi 80 años, en un lugar soñado por visionarios hace 80 años, que nos dejaron este hermoso legado.
Si estás rodeado de gente que ama la naturaleza, que disfruta plantar su huerta en tierras sanas y compartir con los vecinos, sos parte de una comunidad con valores especiales. Y la palabra comunidad, recordemos, viene de valores en común, algo que nos une.
Por supuesto tendremos nuestro club house (lo llamamos Parador), con quinchos, canchas, un spa con parte cubierta y parte al aire libre, un gimnasio y las amenities deseables. Todo esto que anunciamos el año pasado, otros barrios lo podrán copiar, imitar, pero los árboles maduros de 75 años, y la cercanía del mar, eso no lo podrán copiar. Y a solo 15 minutos de Playa Grande. Ubicación, ubicación, ubicación.
Trabajo en equipo
—¿Nos contás sobre el equipo de Olas?
Sin equipo no hay nada. Lo reafirmamos en la pandemia y en el 2022 con el campeonato mundial FIFA. Trabajar en equipo requiere esfuerzo y compromiso, pero es fundamental, para cumplir sueños.
En nuestro equipo está el ingeniero Juan Pablo Linares, el director general, con amplia experiencia en desarrollos. Está Vicky Salas la arquitecta que aporta una visión especial con su relación con la naturaleza; ella fue quien puso en palabras la idea de “pedirle permiso a la naturaleza” para construir. También está Pedro Pesci, el urbanista que revisó el proyecto inicial de 1948, donde ya había calles y árboles, y corrigió detalles para adaptarnos al nuevo diseño, que redujo los lotes a 1/3 de los originales, para darle más espacio a la naturaleza, incluyendo nuestras propias huertas de productos orgánicos.
El paisajista Carlos Thays que abrazó la idea de llenar el barrio de frutales: manzanas, naranjas, limones, membrillos, nos dijo al llegar por primera vez a Olas: “Casi siempre me contratan para convertir un campo pelado, en un barrio con árboles. Pero acá la hermosa forestación fue hecha hace muchas décadas, es un placer trabajar en un lugar así”.
También está Jorge Benito Martín, el agrimensor, quien ayudó a respetar la ondulación y niveles del terreno. Manuel Regidor, ingeniero, y sus hijos diseñaron toda la infraestructura que estará lista en 2025. La constructora Alpa Vial (del grupo Coarco) está trabajando en las obras viales, agua corriente y red cloacal (que se terminarán a fines de 2025) mientras que otro equipo especializado trabaja en el gasoducto de 1.200 metros aprobado por Camuzzi, que no solo beneficiará al barrio, sino también a todos los vecinos del barrio Acantilados, que ahora tendrán la oportunidad de estar conectados a la red de gas natural, como consecuencia de las obras de Olas. Y la constructora CONSCA acaba de terminar la obra del acceso, proyecto del Estudio Vicky Salas & Asociados.
La comercialización está a cargo de Robles Casas & Campos, liderado por el experimentado Cristian Ladanaj, con sus hijos Manuel y Segundo y con Belén Taboada. Ella es quien está en contacto directo con los clientes, conoce cada rincón del barrio y entiende nuestros valores en Olas. Adicionalmente la directora de marketing es Majo Planel que trabaja a la par del equipo de Robles.
Armar un barrio
—¿Cómo han manejado los recursos del terreno y qué impacto ha tenido en el diseño?
Desde el principio tomamos decisiones respetuosas con la naturaleza. Por ejemplo, en lugar de vender los 1000 lotes de 700 metros que podríamos haber vendido, solo habrá un máximo de 350 lotes de 1500 metros de promedio. O sea, menos lotes, pero más grandes, menor densidad en el uso de suelo. Esto nos permite dejar más de la mitad de la superficie del barrio como zona comunitaria, con flora y fauna, y todas las especies vegetales, de un lugar que no tuvo agricultura ni ganadería desde 1948. O sea, nunca recibió agroquímicos. Tierra sana.
Árboles caídos: Cuando hace un año despejamos el terreno de árboles y ramas caídas, reutilizamos todo. Por ejemplo: Compramos una chipeadora para convertir ramas en compost y usamos los troncos grandes para hacer mobiliario. Incluso trajimos un aserradero portátil para aprovechar al máximo estos troncos haciendo tablas. Esas tablas de estos árboles caídos por el paso del tiempo, ya son y serán mesas, escritorios, bancos y parte de la construcción del Showroom, el acceso y para el futuro Parador de Olas.
En el acceso, Vicky decidió que en lugar de cordones de cemento, se usarán piedras, pero no cualquier piedra. Resignificamos escombro de hormigón reciclado de calles antiguas de Mar del Plata, que al destruirse, fueron levantadas. Así usamos menos piedras de can- tera. O sea: Menos impacto en la naturaleza.
—¿Cómo describirías el barrio?
Olas es un barrio hecho con amor y respeto, en búsqueda de una mejor manera de vivir, cerca de la naturaleza. Este barrio representa todo lo que aprendimos viajando. Buscamos presentar una mejor manera de vivir, y en Olas queremos plasmar todo lo que aprendimos recorriendo el mundo. Eso incluye a mi hermano, y a todos los que forman parte del equipo. Algo que seguramente otros emprendimientos copiaran. Y nos parece bien. Para una mejor Mar del Plata.
Cristian Ladanaj, por ejemplo, estaba en Chile hace poco y me mandaba fotos y videos pensadas en Olas. Estábamos en el Panamericano del 2023 con Vicky, en Pichilemu, Punta Lobos, y ella ahí dibujó el parador inspirada en lo que vio: construcciones de madera, vidrio y piedra, con uso de madera resignificada. Todos somos influenciados por nuestros viajes, y otras culturas. Eso es hermoso. Como Marco Polo que trajo cosas de sus viajes, nosotros hacemos lo mismo.
—¿Sentís que el interés en el barrio ha crecido con el tiempo?
Exponencialmente. El plan estaba claro y comprometido desde el principio, cuando era solo una idea, una visión, pero la gente tenía que verlo y entenderlo. Las personas que compraron en Olas, son mucho más que propietarios, o inversionistas. Son miembros de una comunidad, en este caso oceánica. La gente ve cómo hicimos el novedoso acceso, el showroom y las obras de infraestructura. Ya no hablamos de lo que haremos, sino de lo que hemos hecho y de lo que estamos haciendo. Armar un barrio, es como arrancar una locomotora de las de antes: al principio parece lento, pero una vez que arranca, acelera y no para. Cada persona que compra también trae a su familia, arquitectos, amigos. Es real- mente hermoso ver las caras de las personas cuando empiezan a recorrer Olas. Algo se ve desde la ruta, pero adentro es como estar en otro mundo.
—Fernando, ¿qué papel ha jugado Vicky Salas en el proyecto de Olas y en tu vida?
Yo creo que uno tiene etapas en la vida, ¿no? Diferentes etapas. La etapa en Estados Unidos era una, la etapa en Argentina es otra. Y la etapa cuando conocí a Vicky y comenzamos esta hermosa relación es otra. Llevamos casi tres años juntos. Ella y su equipo están diseñando para el barrio con su visión de respeto a la naturaleza y compromiso con el medio ambiente pensando una arquitectura con el menor impacto posible.
En lo personal, y para quienes me conocen en el día a día, saben que yo soy un ser humano, no el personaje que a veces alguien pudiera imaginar. Soy alguien que ríe, llora, que también fracasa o tiene miedos. Que se cae y se levanta. Mi hermano y yo lo hablábamos el otro día: la vida bien vivida es la lucha para bajar el ego y aumentar el amor. Eso es lo que importa.
Y en esa lucha, encontrar a Vicky ha sido transformador. Ella es también una apasionada de la vida. Hay una afinidad entre nosotros que va más allá de las palabras. Es una conexión que potencia, que transforma.
—¿Durante la expo Atlantic Real Estate del año pasado por qué elegiste el ejemplo del dulce de membrillo?
En la Expo Atlantic del 2024, en el stand de Olas, decidimos compartir algo que nadie más tenía: dulce de membrillo casero. No cualquier dulce, sino uno hecho artesanalmente en Olas con frutas de Olas y azúcar orgánica. Plantamos los árboles hace 6 o 7 años, cosechamos los membrillos (orgánicos), los hervimos en una paila de cobre con 30% de azúcar orgánica, los ponemos en moldes, y luego de una semana al sol de chapa, los empaquetamos en papel madera. Era un detalle simple, pero lleno de significado”.
Porque es más que un dulce, representa la esencia de Olas. Queremos que las familias también puedan hacer su propio dulce, mermeladas, que lleven a sus hijos a recoger frutas. Por eso nuestra huerta orgánica, será parte de la vida en Olas. No es marketing con dulce, es compartir una tradición familiar de más de 150 años en San Juan.
—¿Qué es lo que hace que Olas sea tan especial y diferente de otros proyectos?
En Olas se trata de compartir nuestra esencia con la esperanza de que nos conecte con los demás.
Y todo indica que Olas lo logra, porque cada vez más personas se suman a esta propuesta. Este proyecto no gira en torno a una sola persona, sino que es el resultado de un esfuerzo colectivo. Es un equipo conformado por profesionales, familias, comunidad y personas que ya llevaban estas ideas en su interior, aunque quizá no sabían cómo manifestarlas.
Es un lugar donde cada detalle tiene un propósito, y cada integrante que se suma, aporta para construir un estilo de vida más conectado y significativo para todos.