IMEPHO celebra cinco décadas en el mercado de la construcción.
El propietario de IMEPHO, José María Brandinelli cuenta en una charla con CENTRAL sus inicios en el rubro de los materiales de construcción, evalúa el momento del país y destaca el crecimiento de su empresa. Lo suyo, dice, siempre fue vender.
Cuando tenía 5 años, José María Brandinelli acompañaba a su padre al vivero que tenía en Batán. Poco después comenzó a hacer labores allí y en la florería que tenía la familia. A los 13, fue a trabajar a una casa de repuestos de Fiat. “Mi alma era vender”, dice a CENTRAL el presidente de Imepho, una de las principales empresas en el rubro de los materiales de la construcción que este año celebró su 50° aniversario.
Punto de partida
¿Cómo fueron los primeros trabajos?
El primero fue en el campito de Batán, donde había 100 hectáreas de tulipanes, claveles, dalias, rosas. Yo tenía 5 años y ayudaba a mi padre. Iba con él en la camioneta. A veces a cortar flores. Me acuerdo que en aquel momento si fallecía alguien importante había que llevar flores. Cuando murió Evita, no alcanzaron las flores del vivero. No había quedado ni una flor ni una planta. Solo un laurel que usaba para cocinar mi abuela. Como se necesitaban más flores para hacer una corona de laureles, lo talaron. A la corona la había pedido la Municipalidad de Miramar para colocar en la entrada de la ciudad.
Mi abuelo había arrancado con un vivero en Buenos Aires y Gaboto. Ahí tenía cuatro manzanas. Y en Batán había casi 100 hectáreas de flores. La florería estaba en un puestito en Santiago del Estero y San Martín. En los años 30, se empiezan a hacer los grandes parques de las estancias de la época. Se trabajaba mucho para el Día de la Madre, los funerales, los nacimientos, las bodas, los cumpleaños. Había hoteles a los que todos los días les íbamos a cambiar las flores. Era normal eso.
A los 5 años le afané el auto a mi viejo para manejar diez metros. Cobré una paliza. Tenía un Peugeot 403 y no llegaba a los pedales. Pero era inquieto y metido. A los 7 años ya manejaba el tractorcito. Hasta el año 70 trabajé mucho en el campo y en la florería.
¿Y después?
Cuando tenía 13 años mi viejo me mandó a laburar a Fiat Motor, que era una casa de repuestos de Fiat. Había dos listas de precios. La del público y la de los talleristas. Yo era vendedor de alma. Aunque mi viejo era uno de los dueños, yo a los clientes les hacía más descuentos de los que se permitían para que no se fueran a otro lado. Hacía pasar por tallerista a los que no lo eran.
La Empresa
¿Cuándo hizo los primeros pasos en Imepho?
A los 16, 17 años. Hacía algunas facturas. Mi padre tenía una pequeña parte, no era el dueño. Porque Imepho, que hacía cemento, era socio de La Marplatense, una empresa que era muy grande. Después entré a la Universidad, pero iba con los cuadernos de la empresa a hacer los números.
Vengo de una educación de colegio de curas, del marista, donde todos los profesores eran de la facultad. Así que cuando entré a primer año no me tenía que esforzar mucho. Me apuraron en tercer año. Me levantaba a las 7, iba a la universidad a las 7.30, salía a las 13, pasaba por casa a almorzar algo y a las 14 tenía que ir a laburar a la empresa. A las 19 salía de la empresa a estudiar con los amigos para el otro día. Terminé la carrera de contador a los 23 años, el 30 de noviembre de 1981. Cuando terminó ese verano, me llamó mi viejo con el socio y me dijo que si no laburaba se cerraba la empresa.
Así que tuvo que aceptar.
Sí, para colmo me tocó bailar de entrada con la crisis de Martínez de Hoz. Era un contexto recesivo y tenía que achicar la empresa. Mi actividad en ese entonces era hacer los números todos los meses. Recuerdo que, si no iba al día 5 con el balance, se enojaban. No me atendían el teléfono, me cortaban el combustible. No había medias tintas. Así que tuve la escuela de los maristas, la de los de Fiat Motor que eran todos marinos y la de los socios de mi viejo.
El crecimiento
En 50 años de vida, la empresa debe haber participado en distintas obras emblemáticas con su hormigón.
Sí, como la del estadio, parte del aeropuerto, el Costa Galana, el Sheraton y el Manantiales. Además, debemos llevar casi mil edificios de tamaño mediano y unas 3000 o 4000 casas hechas. Pero la del Minella fue la que más impulsó a la empresa. Prácticamente todo el cemento que se usó fue nuestro. Se laburaban 14 horas todos los días. Incluso sábados, domingos y feriados. Con esa obra la empresa pudo pagar un montón de los créditos que había tomado para desarrollarse. Fue muy importante.
¿Cómo fue creciendo la empresa?
El 81 había sido difícil, había tenido que achicar mucho, en el 82 vino la guerra, en el 83 llega la democracia con Alfonsín y en el 84 empezamos algunas obras. Ahí comencé a desarrollar un poco lo comercial, a soñar con poner los vendedores en la calle y visitar a los clientes. En ese entonces el socio de mi padre fallece y mi viejo se empieza a retirar. Ya manejaba yo solo la empresa, que se dedicaba a vender hormigón. Pero una vez un amigo de Necochea me sugirió vender hierro y decidí agregarlo. Recuerdo que al principio no me querían abrir la cuenta en Acindar porque en ese momento estaba el Indiecito. Me bloqueaban todo.
Lo mismo pasaba en otros rubros. No era fácil que te abrieran las cuentas y había que buscar alternativas. De a poquito lo fuimos logrando y para el 94 ya teníamos todas las cuentas abiertas. De Azcuénaga 2564 nos mudamos a Juan B. Justo. Primero de un lado, después del otro. Ahí crecimos: eran tres hectáreas y hoy son casi diez. En el 94 abrimos una sucursal en Luro al fondo y en el 97 en Quintana e Independencia.
La actualidad
En los últimos años el crecimiento de la empresa fue importante.
Sí, hubo un crecimiento bastante interesante. Los últimos cinco, seis años, invertimos bastante en equipo, se amplió mucho la planta, se hicieron los centros de distribución de logística para empezar a crecer regionalmente, con Tandil, Olavarría, Pinamar. Creció la comunicación digital y sumamos créditos propios para financiación. Inauguramos la Nave 5 el año pasado: eso fue un hito histórico, congregamos a 1000 personas. Fue gratificante. Era importante mostrar eso. Más allá de que sea un centro logístico para 300 kilómetros a la redonda. Ahora estamos en el camino del crecimiento territorial.
¿Hoy los ejes son la incorporación de tecnología y la expansión?
El crecimiento está basado en el crecimiento territorial, en el de alternativas comerciales y/o financieras, como la financiación propia a los clientes, la innovación de productos y la incorporación de tecnología en cuanto a sistemas, software para seguimiento de muchas cosas. Estamos con las normas ISO y eso nos exige una cierta disciplina en cuanto al software de gestión y cada vez necesitamos más seguimiento porque tenemos que afinarle la punta al lápiz para ser cada vez más eficientes.
Ahora vamos camino a un modelo en que cada vendedor va a cobrar por lo que venda. Nos estamos preparando. Ya llevamos un año de gestión de este gobierno. Nos estamos preparando para un segundo año con algunas dificultades que vemos que hay en la macroeconomía, como los problemas de los precios relativos, de cómo subieron los costos en dólares, cómo subió el metro cuadrado. Estamos analizando cómo ser competitivos en este contexto.
¿Cómo evalúa la actualidad del país?
El presidente es disruptivo. Teníamos dos o tres caminos. Entonces surgió esta posibilidad, porque los otros dos referentes no tuvieron predicamento. La gente no quería una cosa, no quería la otra y entonces aparece esta tercera vía. Y fue una sorpresa por la rapidez de los cambios. El hombre acelera, acelera, no frena, no dobla, acelera más, menos, pero le da para adelante. Te cuesta ver la luz. El presidente me parece que tiene una sola meta, que es sacar el país adelante. Es muy sacrificado el esfuerzo para mucha gente. Hay veces que voy a la farmacia y veo gente que no puede comprar los remedios. Y eso me parte. No te sirve estar bien solo en una isla.
Es un contexto delicado, donde hay mucha crispación, una disgregación social que lleva un siglo en la Argentina. O más. Es difícil.
¿De cara al futuro, qué le gustaría para Imepho?
Nuestra misión está delineada en el marco de las ISO y es la mejora continua. La mejora continua no descansa. En nuestra empresa siempre hay alguien despierto las 24 horas los siete días a la semana. La idea es incorporar más productos. Seguir incorporando cosas de muy alta calidad a precios muy competitivos, con la financiación modelo electrodoméstico. Media Mar del Plata no tiene tarjeta, o sea esa media Mar del Plata va a poder tener acceso a comprar su refacción de baño o de cocina, en seis u ocho cuotas a una tasa muy baja de interés.
¿Y a nivel personal?
Estoy contento. Hace poco hicimos un viaje después de dos años bastantes complicados. Con una mudanza que fue un trastorno y algunos temitas de salud que fuimos superando. El viaje fue una terapia bárbara.
Empezó a trabajar a los 5 años y no paró. ¿Qué le recomendaría a un joven que recién está empezando?
Lo más importante es el espíritu de sacrificio que yo lo veo bastante diezmado en los chicos más jóvenes. Porque tal vez no vivieron lo de nuestros abuelos, que se vinieron escapando de la guerra y pasaron muchas privaciones. Ese espíritu de sacrificio lo veo muy relajado. En los mejores lugares, en los mejores aviones, veo a jóvenes. La propensión al placer está comandada por los chicos más jóvenes.
Mi abuelo cuando vino comía pan y cebolla. La pasaron mal y tuvieron que sacrificarse. A mí algo de esa cultura del sacrificio me quedó. Pero creo que las nuevas generaciones la están perdiendo. Y yo creo que sin esfuerzo, sin actitud, no se logra nada.